"El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". T. S. Eliot

jueves, 22 de marzo de 2012

Estás flotando boca arriba en un inmenso e infinito mar de leche. Sientes cómo el líquido tibio se adhiere a tu piel y te acaricia la espalda. Oyes los murmullos de las mareas y un vaivén suave te adormece, te mece en un sinsentido que pretendes comprender. El líquido ya no es tan líquido, y los dedos de tus manos extendidas se hunden en su viscosidad láctea. Se templa el mar de leche bajo tu peso, bajo tu cuerpo inmóvil y denso. Vas y vienes con la corriente, pero el mar aún está calmo. Sube la temperatura y con los ojos cerrados notas el vapor de la leche que sube y se pega a tu piel, que te humedece el rostro y te hace sudar la sal que el mar ya no tiene. El vapor sube cálido y después caliente, notas la agitación de esas corrientes que tiemblan y se queman. Percibes la inquietud del mar de leche. El aire caliente y blanquecino te rodea, ascendiendo al bordear tu volumen, creando nubes que algún día volverán a ser mar. De leche. Treman con fuerza las corrientes, temerosas, el vaivén es movimiento y la serenidad blanca ya no es nada. Las burbujas estallan a tu alrededor y crestas de espuma te nublan la mirada. Explotan las esferas de calor y la leche que salta te marca la piel. Quieres nadar pero todo te impide dejar de hacer el muerto, dejar de tender tu cuerpo al mar de leche y a su temperatura azarosa. El vapor y las burbujas se confunden en el olvido de la primera tibieza. Y ya es tarde.

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