Tres, cuatro garras enormes y afiladas emergen tras los costados de mi cama. Dos hileras por lado. Acarician el filo del colchón y se inclinan sobre mí, que no me muevo. Se cierran entre ellas y en la presa se me clavan en el pecho. Siento entonces que cada grupo de afiladas cuchillas se retira en horizontal y se abre sobre mi tórax, siento que me desgarran pero es un sentimiento y no un recuerdo, un sentimiento en el que no confío. No sé si como tenazas se replegaron abriéndome el alma, o si aún permanecen aferradas a mi pecho como si a ellas y a mí nos faltara el aire, buscando una última bocanada forzada.
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