Sonaron tres golpecitos
secos, toc, toc, toc. Pero no se vio nada. De nuevo un toc, y otro
toc, y un tercero. El vidrio vacío y frío, y sólo la fachada de un
edificio al otro lado de la calle. Y Kierkegaard. Luego la ironía y
sus mecanismos, luego algo más y un poco más. Tres toc, y nada en
la ventana. Las palabras graves y las hojas marchitas con nervaduras
de tinta, hojas de árbol muerto. Se pasan los folios como se pasa
todo, sin gritar apenas. Como esos golpecitos secos largamente
inadvertidos. Como ese toc y la ventana vacía. Donde debía de haber
algo, un cuerpo extraño, fuese cual fuese, sólo estaba la fachada
de enfrente, la cuadrícula gris tras la malla metálica de una
escalera de incendios. Así Wittgenstein y Kafka, como el guardagujas
de Arreola, tan irónico. Como lo monstruoso irrumpiendo en la
realidad para ser excluido y que la vida siga, encerrado en un cuarto
angosto con una manzana incrustada en el caparazón, pudriéndose la
manzanita de incomprensión e impotencia. Sonaron de nuevo los toc y
vi por fin la figura del llamador, su cuello bravo de toro, de torito
pequeño, emplumado en verde mosca y gris plomo y blanco arrogancia.
Esa cara de pichón erudito al que le faltasen unos quevedos. Ese
ansia por entrar, por atravesar el vidrio e ironizar insieme a noi.
Esa noble suciedad de calle que fue también escuela. La paloma que
ya no hace toc y que ahora se inclina agudamente sobre el vidrio,
tratando de escuchar. De Sartre. De Nietzsche. De los folios roncos
que se doblan sobre las carpetas sin oír palabra, ni ironía. Con
golpecitos secos quería nuestra paloma vivir la vida, dejar de
observar llanamente y vivir con cara de Heidegger o de libro de
Heidegger o de pensamiento. Con o sin quevedos. Con o sin sueños,
con o sin discursos. Quisiera nuestro pichón ser la mujer que llora
la agonía de su marido, y no el pintor que por casualidad visita la
escena, apoyado en la puerta, los ojos en coulisse. Quisiera
nuestra paloma dejar de limar su piquito contra el vidrio
transparente, asignarse también un pupitre, una ilusión y algunos
bostezos. Quisiera un birrete y abandonar la mala vida, los paseos
errantes, los vuelos torpes y violentos, las heces amargas, las
agujillas juntas y apretadas sobre la cabeza del santo. O del Padre,
o del Hijo. Convergen en la paloma las esferas de la objetividad, de
la subjetividad y de la intersubjetividad. También quisiera
filosofar la paloma. Pero la voz grave canta al otro lado del vidrio
-Yellow dog blues, o
no-, los niños duermen emborronando las nervaduras, sin ironía, y
la paloma, ávida de unos quevedos y de un birrete, de una vida mejor
y más viva, vuelve a hacer toc, toc, toc. Sin ironía.
Lou Stoumen: At the Studio Window, New York City, 1940 |
Si lo sigues haciendo de forma que parezca tan insultántemente fácil, así como si no supieras hacer ninguna otra cosa que escribir, es decir, como se tiene que hacer, iré a visitar a ese tal Rodrigo más a menudo. Ahora mismo, de hecho, estoy con él. A tope.
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