"El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". T. S. Eliot

domingo, 29 de abril de 2012

El niño que pintó su propia vida


Me encontré a un niño que pintaba en una habitación pequeña con forma de esfera cerrada. En una mano llevaba una paleta con machas de colores grandes como cubos, y en la otra un pincel fino que dibujaba trazos de un grosor imposible. El niño deslizaba su bracito con dejadez y pintaba en la pared líneas continuas e infinitas, sin alzar nunca el pincel. Recorría con pintura aquella cúpula integral y diminuta, esa habitación de perspectivas circulares que en principio era negra y que poco a poco, progresivamente y sin descanso, se iba tiñendo de colores alegres y diferentes, tonalidades que variaban extrañamente sin que las cerdas dejasen de acariciar el yeso. Hubo un clímax de colores entrelazados que convivieron un soplo de tiempo con la tiniebla. Vi aquel espacio desde dentro y desde dentro lo vi por fuera, lo pensé como un huevo totalmente esférico o una canica grande que alguna vez encerré en mi puño. Fui consciente de que no había puertas. Vi que el niño se hacía viejo y supe que de algo joven puede nacer algo muy antiguo. Los trazos de colores se enmarañaron y se anudaron entre sí, iluminándose, olvidando en un pasado remoto la definida ausencia de color. Diles que me voy, me dijo, que ya todo es blanco.
He llorado con el Hallelujah de Jeff Buckley y una botella de vino no es suficiente. Fue como dispararle a alguien que ha desenfundado más rápido. No sabes cuánto lo siento. I'm calling you y nadie me escucha. Di que es adiós y es todo, porque nadie entenderá esta mierda.


sábado, 28 de abril de 2012

"Non parole. Un gesto. Non scriverò più" (C. Pavese)

Y donde uno termina empieza el principio de otro final tardío.
Otro final.

Tardío.

Scriptómano


Tú nunca lo has visto claro. Siempre imaginas las cosas como a través de un vidrio, como si todo ocurriese tras un vaso vacío. Las figuras son deformes y los ambientes se te antojan turbios y borrosos. Siempre igual. Te acodas en la barra intentando clavarte en ella, intentado hacerle daño por todo lo que te ha quitado. Pero es que tú nunca lo has visto claro. Te miras difuminado en ese espejo que hay detrás del camarero, un espejo sucio de grasa y manchas ocres como las de un rollo de película estropeado por el tiempo. La gente entra y sale, algunas personas te saludan y otras sencillamente ni te ven. No es que no quieran mirarte, sino que no pueden verte, porque en realidad hace mucho tiempo que tú ya no estás, que no formas parte de este mundo, porque nunca lo has visto claro.

jueves, 26 de abril de 2012

Tres, cuatro garras enormes y afiladas emergen tras los costados de mi cama. Dos hileras por lado. Acarician el filo del colchón y se inclinan sobre mí, que no me muevo. Se cierran entre ellas y en la presa se me clavan en el pecho. Siento entonces que cada grupo de afiladas cuchillas se retira en horizontal y se abre sobre mi tórax, siento que me desgarran pero es un sentimiento y no un recuerdo, un sentimiento en el que no confío. No sé si como tenazas se replegaron abriéndome el alma, o si aún permanecen aferradas a mi pecho como si a ellas y a mí nos faltara el aire, buscando una última bocanada forzada.