"El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". T. S. Eliot

martes, 4 de junio de 2013

Debemos llegar antes a no se sabe dónde

A los lados de la vía dos látigos flagelan la tierra, que no salta ni se inmuta. Todo transcurre como una flor a la que se le caen los pétalos y le nacen, se le caen y le nacen, se le caen y le nacen. Todo en cuestión de segundos. Y un segundo es lo que necesitas para sentirte protegido por derecho reservado, sentado en tu asiento como en el teatro. Coche 7, asiento 42b. Se apagan las luces siempre antes de que el telón se levante, y ese minuto a oscuras es suficiente para sentirte solo entre la multitud, totalmente silenciado en un mar estruendoso de aplausos que pasan por tu lado sin rozarte. Cuando vuelves a abrir los ojos todo es pasillo, ventanas, pelo, espaldas. Los cables del tendido eléctrico siguen flagelando la tierra, como largas serpientes, para que lleguemos antes a no se sabe dónde.
      A Rosa se le cayeron y le crecieron los pétalos varias veces en el mismo segundo, tintando de rojo unas mejillas  tristes que se miraban a sí mismas en los cristales. Los escenarios, muy a pesar de estos tiempos tan modernos, siguen viéndose de lejos como esas divertidas maquetas antiguas, tan pequeñas, que representan circos, teatros y zoológicos de papel con sus tigres, sus gorilas y sus diminutos maestros de pista. Me gustaría ver a un gorila con el poder que yo tengo aquí sentado, perdido en un laberinto de ventanas buscando a Rosa que se peina el flequillo con los dedos, apartándose los pétalos con esa dulzura cruel de infinitos segundos. No hay actrices en este mundo si lo somos todos, títeres colgados del tendido eléctrico, flagelados también, como la tierra.
      Una butaca azul es una butaca muerta. Un acto, otro acto, otro acto, otro acto. Así se mueve la obra sobre los raíles. Ya no se necesita más madera para la guerra. Ahora somos la madera que arde y como combustible sólo hace falta una fotografía doblada, de una bailarina o una pianista escuálida.
      Hay niños que chillan, madres que chillan aún más fuerte. Hay hombres que roncan, asientos que asedian ese espacio tan tuyo. Pero ese espacio es inquebrantable, y desde tu atalaya verás lo que hay que ver, desde ella saltarás cuando haya que saltar. Sólo los gritos de un mal actor o una mala actriz pueden romper ese sueño, arañando la carne de Rosa hasta ahora intocable, que se encoge en su propia atalaya cerrando los ojos, guardando en el recuerdo pasillo, ventanas, pelo, espaldas. Y pierde su mirada en el laberinto de cristales, encontrando en mis lágrimas las heridas, tan teatrales, de esta tierra flagelada.

Le fauteuil blanc (1931), Emmanuel Sougez

jueves, 9 de mayo de 2013

Si sólo saludas tocando el ala de tu sombrero y usas de reverencias distantes, jamás descubrirás que somos tristes carnosos hologramas.

miércoles, 10 de abril de 2013

Imposibilidad de conciliar el sueño

Qué hermoso hubiese sido llamarlo "Insomnio". Qué fácil, también. Cuántas repeticiones se desprenden de la palabra insomnio, cuántas horas de tápate los ojos con el brazo, de date la vuelta, de aprieta fuerte la almohada. Qué buen título y que lástima, como siempre, no ser el primero: "Insomnio". Qué trampa tan llamativa la de algunas palabras que son siempre títulos, nunca subtítulos o pies de página. Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Uno duda y duda y duda y pone: "Insomnio". Y luego qué. Una palabra que ya no es palabra ni cosa ni sentido en sí misma, sino título, puro título. Dices insomnio y sabe a poesía, a poesía torturada, como dices Gloria y Pecado y Esperanza y sabe a. Qué hermoso hubiese sido llamarlo "Insomnio", si aún fuese palabra y no etiqueta. Qué fácil hubiese sido titularlo "Insomnio", y qué hermoso hubiese sido escribir un cuento. 

martes, 19 de febrero de 2013

Carta al tiempo


3102 ed orebef  ed 91

Un fuerte abrazo pegajoso y adherido.
y hasta pronto si sei pronto hasta el momento del olvido. Te firmo Ahora en esta carta de cuento, en esta esfera de hueso, vísceras, carne, piel y pelo, siempre hacia dentro nadando cóncavo, nadando salmón río roca y salto. No más flechas de dirección en el camino, no más aceras que diseccionen lo vivido. Guarda la epístola que se viste por los pies, andando sobre sus manos en un charco de agua y [    ]. No me despido si te saludo como es debido, desnudando esta carta tranquila

Ayer querido,