No estoy seguro (aunque, por otra parte, nunca estoy seguro de nada), pero creo que es algo generacional. Mi padre todavía habla de que La cultura limita nuestra creatividad, de que El sistema nos obliga a seguir un camino predeterminado, de que La autoridad nos infunde miedos injustificados, de que Los medios de comunicación nos engañan, de que El poder nos explota, de que Los bancos se aprovechan de los más débiles, de que La educación constriñe al estudiante, de que La pedagogía castra las posibilidades del niño, de que Ellos nos quitan la alegría. Mi madre se queja de que El estado nos reprime, de que La publicidad moldea nuestros hábitos, y mi abuela, por su parte, aún dice que La televisión lo anuncia o que Los médicos lo recomiendan, que en Las noticias han dicho tal cosa o que en El periódico dicen tal otra. Ellos, de alguna manera, no sienten la humedad densa y el olor penetrante de un todo fangoso que se expande desde dentro como una enfermedad terminal que no duele, que no avisa. No sienten la tirantez agria de la cicatriz que nos une y que trata de desgarrarse en vano antes de que el barco se hunda. No estoy seguro (aunque, por otra parte, nunca estoy seguro de nada), pero creo que es algo generacional. Mi padre, como quizá también mi madre y mi abuela, como Steiner, dirá: nos venden ruido, mientras que yo, seguramente (aunque, por otra parte, nunca estoy seguro de nada), diré: compramos ruido.
"El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". T. S. Eliot
Suscribirse a:
Entradas (Atom)