"El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". T. S. Eliot

martes, 16 de junio de 2015

Cereza roja y cordero negro sobre fondo verde

Hay una mujer caminando y un hombre que la sigue a pocos pasos de distancia. Una mujer y un hombre que se siguen a pocos pasos de distancia. Ambos caminan juntos, en realidad. En realidad nadie puede caminar junto a nadie. This is the field where I grew up. La erre francesa, ligeramente gutural, se va con el viento y queda solamente el campo. Quedan dos piernas aún jóvenes y claras, el rostro vuelto hacia otro lado, el hombre que la sigue a pocos pasos de distancia, y el campo.  
       Los viñedos se extienden hasta donde alcanza la vista. 
    La mujer, aún joven como sus piernas, camina despacio y sin mirar atrás. Despacio pero sin detenerse, rememora espacios y tiempos para los que apenas hay palabras. Viste un vestido breve, mientras él pisa con sandalias de piel la tierra húmeda que se abre entre los viñedos. Entre ambos sobrevuela la imagen de una niña morena en un país rubio, en una región aún más rubia, en una tierra de la que emana vino blanco y seco. Pero la niña es ahora una historia contada en un inglés artificial. La niña es un pasado al que se vuelve en otra lengua, en otro lenguaje. La niña, que es solo un recuerdo, ahora camina despacio y aún es joven, como la vid en la que se ha detenido, en este preciso instante, una mariposa.               
    Cuando la mariposa despliega su vuelo, el paso de los viñedos se detiene y se abre un oscuro paréntesis de bosque. En el extremo de este paréntesis hay un cerezo. A los pies del cerezo están la mujer y el hombre. El hombre que se yergue sobre sus sandalias de piel y arranca para ella una cereza. Solo una. No demasiado roja. Quizá demasiado verde. La mujer pasea el fruto dentro de la boca, entre las mejillas y los dientes, debajo de la lengua, sin morderlo aún. Entretiene las formas redondas, siente la suavidad de la piel y presiente el sabor ácido que esconde dentro. 
      Cuando se cierra el paréntesis y los viñedos reaparecen, la mujer del vestido breve ha mordido ya la cereza. Se ha manchado los labios de tinte oscuro, y las cejas, en algún momento, se le arquearon suavemente por el sabor verde del fruto. Quizá demasiado verde. Nunca demasiado rojo. De entre las vides verdes el hombre y la mujer ven una valla metálica muy fina, y detrás de ella tres corderos negros. La mujer se acerca a los tres animales mientras el hombre la observa. 
       El hombre odia a la cereza, y odiará al cordero. 
       El vestido breve se levanta apenas para pasar entre los arbustos y tocar la valla. El aire huele un poco a vino, a vino seco y blanco. Delante del hombre, por primera vez en mucho tiempo, aparecen las cosas. La hierba, el camino, la valla, los árboles, el vestido. Desde que comenzaron a caminar todo ha sido ausencia, para el hombre. Su tierra lejana, el inglés gutural de la mujer, the field where she grew up. 
       El hombre piensa que jamás será como esos campos, pero, al menos, ahora todo está presente. 
      La mano de la mujer cruza la valla y se apoya en la cabeza mansa del cordero, que mastica brotes verdes. Quizá demasiado verdes. Nunca demasiado rojos. El hombre observa la mano de la mujer que acaricia la lana negra del animal negro. El hombre siente la presencia de la mujer y del animal, y ve cómo la mano se funde con la cabeza. Ve cómo la mujer introduce de alguna manera su mano en la cabeza del cordero. Ve cómo la cereza se deshace en la boca de la mujer y cómo la lana negra la envuelve toda. Ve acercarse la ausencia de la mujer mientras la lana se extiende por su brazo, por su pecho, por su cuello. Ella no sufre porque la lana negra es vida. Y el hombre, que sentía por fin la presencia de las cosas, ve ausentarse a la mujer envuelta en lana negra, en carne roja de cereza, en la miel blanca y seca de la vid.
      Hay un hombre caminando y detrás de él no hay nadie. Los viñedos se extienden hasta donde alcanza la vista. Y más allá de donde alcanza la vista se abre un oscuro paréntesis de bosque, y en el extremo de este paréntesis hay un gran cerezo que se inclina sobre el camino, y en el camino, en la tierra húmeda del camino, hay cerezas rojas y maduras. Cerezas oscuras que ruedan sin detenerse a lo largo y a lo ancho del camino. Quizá demasiado maduras. Siempre demasiado rojas.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario