"El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad". T. S. Eliot

jueves, 1 de octubre de 2015

Ek-stasis

Anoche intenté hacer chirriar las ruedas de mi coche, pero no lo conseguí. No sé si me equivoqué al utilizar el freno de mano, o si pisé demasiado fuerte el acelerador y demasiado suave el embrague. El motor se caló una vez. Empecé a oler a quemado. El motor se caló otra vez, y entonces lo dejé. Arranqué normalmente, aceleré despacio mientras encendía la radio. Sonaba una canción bastante alegre de los Blues Busters. Una canción demasiado alegre. Por el retrovisor de mi viejo Citröen vi alejarse la casa de Mónica. Dejé atrás la calle desierta y flanqueada por árboles altos: álamos o plátanos o tilos. La tarde no podía ir mejor. Mónica no quería volver a verme y yo había sido incapaz, una vez más, de comunicar mi frustración. Esta vez había sido una salida precipitada y deslizante a todo gas. Otras veces solo un portazo malogrado, un puñetazo sobre la mesa acabado en contusión, o un escupitajo rabiosos venido a menos sobre mi propio zapato. De éstas y otras muchas maneras experimentaba últimamente lo inefable. Y esta experiencia, algo burda si se quiere, volvió a visitarme anoche frente a la casa de Mónica, en mi estúpido Citröen. Mónica, desde la puerta de su casa, no pudo dejar escapar una media sonrisa de burla al ver enmudecida mi huida. Apreté los puños sobre el volante. Quise decir algo, pero no pude. Aceleré, como he dicho, lentamente, y conduje durante más de dos horas hasta matarme. 

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